Durante toda mi vida escolar pensaba que el examen
certificaba quienes eran los niños listos y quienes los torpes. Que quien
tuviese la mayor nota era el que más sabía. ¿Pero esto es realmente así? ¿Quién
tiene un 9 sabe más que quien tiene un 5?
¿Se puede medir el aprendizaje? Pues según de lo que enseñes
en clase, podemos medirlo o no. Por ejemplo, puedes medir si un niño ha
aprendido a sumar o a restar poniéndole una serie de sumas y restas y
comprobando si las ha realizado correctamente. Según el porcentaje de aciertos,
tienes una nota. Y aún así, puede que el niño tenga un despiste y en realidad,
sabiendo la respuesta, se equivoque. Pero bueno, digamos que sí se puede medir.
Para los maestros tradicionales, sí se puede medir el
aprendizaje. El caso es que si pones a dos maestros a corregir el mismo examen,
probablemente la nota será diferente. ¿Cómo se mide entonces? ¿Para unos de una
forma y para otros de otra distinta?
¿Es necesario un examen para saber si el niño ha aprendido? Es
más, ¿mediante un examen se sabe lo que el niño aprende, o una memorización del niño para ese día que probablemente no le servirá para el futuro?
Como bien dice Paco Espadas, “la sanción en forma de
suspenso no sólo no acelera el proceso de salida de las aulas sino que, si se
les crean falsas expectativas al respecto, estimula las conductas negativas de
quienes quieren abandonarlas lo antes posible”. Si en la enseñanza obligatoria,
además realizamos exámenes en los que el aprendizaje memorístico es el más
valioso y además, el que menos gusta, es de lógica que los alumnos quieran
salir de allí cuanto antes. Y más si hablamos de alumnos que no tienen el apoyo
familiar suficiente o un ambiente social adecuado.
Mi grupo y yo entrevistamos a Esther Mena, docente de la
universidad de Málaga que trabaja en clase con rúbricas, otro método de
evaluación. La principal ventaja de esta rúbrica es que los alumnos pueden
saber casi al 100% como llevan la asignatura, y qué es lo que más se valora en
clase, pues estos porcentajes son acordados a principio de curso (entregar un
trabajo a tiempo, la originalidad, el insertar imagen…). Lo veo como un método
de evaluación mejor que el examen, pero desde mi punto de vista no la llevaría
a cabo en mi clase, pues se sigue calificando al niño con los contenidos que el
profesor ha expuesto, sin dar pie al pensamiento y reflexión propia del alumno.
Es cierto que el alumno puede llegar a modificar el porcentaje de importancia
de un contenido de la asignatura, pero el poder final lo sigue teniendo el profesor.
Esther critica la escuela secundaria, pues ella tiene la
experiencia de que solo se valora el examen final, dejando de lado el trabajo
del resto del curso. Ahí coincido con ella. Es inconcebible que un solo examen
(o tres, o los que se hagan) condicionen un curso entero de trabajo. Más que
nada porque, como he dicho antes, el que aprueba ni significa que durante el
curso haya aprendido más que el que suspenda. Intervienen muchos factores,
algunos ya mencionados.
Los exámenes, como dice Fernando García Gutiérrez, son más “un
mecanismo de ejercer poder que de evaluar conocimientos”. Elegir lo que deben
estudiar, como debe expresarlo en el examen, como deben hacerlo, el no poder
ayudar o ser ayudado por los compañeros...
Desde el lado constructivista, y desde mi pensamiento, no se
puede medir el aprendizaje. Si le encomendamos a un grupo que realicen un
trabajo de un tema donde ellos tengan que investigar, reflexionar y exponer sus
opiniones, ¿cómo medimos lo que ha aprendido? ¿Cómo sabemos si han trabajado en
grupo? ¿Y si lo que supuestamente opinan es en realidad lo que el profesor
quiere escuchar de ellos? ¿Cómo sabemos el punto de partida que tenían y lo que
han avanzado en el tema? En mi opinión, no se puede medir el aprendizaje y si
se mide, no lo considero aprendizaje